martes, 15 de marzo de 2016

¿Te acuerdas de mí?

#8

Ella lo hizo, dejó de hablar para beberse el vaso de zumo y con él, acabarse el desayuno improvisado que se había preparado.
No quiso hurgar en la herida, eso Miriam no se lo merecía.
Al momento de pensar aquello, le dieron un susto de muerte. Gabriel posó su mano en el hombro de la chica y con un silbido entre dientes, ésta volteó sin saber quién era.
—¡Casi me matas!
—Es que eres una exagerada. ¿Nos vamos ya o qué?
Los cuatro asintieron, recogieron la mesa y salieron fuera del hotel de media pensión para encontrarse con todo el grupo de la clase.
Caminaron entre risas y jugueteos, mientras que las amigas se esquivaban la mirada. Posiblemente no duraría hasta media tarde aquel pequeño enfado, pero eso no le quitaba importancia al tema en cuestión. La castaña rumiaba su cabreo bajo sus gafas de pasta, haciendo que ninguno de sus dos nuevos amigos se diera cuenta.
—Bien, como tenemos preferencia entraremos pasando la cola. Haced el favor de no romper nada—exclamó Paco.
Todos asintieron y miraron a los de primero de bachiller que ayer pintarrajearon la habitación del hotel y ya va a cuenta de sus padres. Parecía que salían de un instituto de delincuentes.

Al llegar a la entrada, y pasar con el ticket, lo primero que vieron fue la estantería que ocultaba aquel refugio donde estuvo la familia Frank durante tanto tiempo. Avanzaron hacia arriba por las escaleras y comenzaron con la expedición del pequeño museo que tenían ante sus ojos.
No faltaron las fotografías en millones de sitios y las riñas de Paco por qué no tocaran nada.
—Ven, hazte una foto conmigo—le dijo Gabriel llamando la atención de Paula, que vagó por la habitación buscando un sitio donde ponerse.
—¿Dónde?
—Qué más da. Lo importante es la foto—contestó impaciente.
Un revoltijo de pigmentos rojos se acumuló en las mejillas de la chica. No quería ser obvia, pero es que no podía evitarlo.
El joven le rodeó los hombros con su brazo y, sacando el móvil del bolsillo, puso la cámara delantera. Ambos sonrieron a la cámara, cada uno por diferentes motivos, pese a que eran bastante parecidos.
—Bueno, salimos bien, ¿no?
Ella asintió mirándole a él, en vez de al móvil. Retiró la vista un momento y se obligó a recomponerse. ¿Qué le pasaba? ¿Era boba o qué?
Salieron de la casa al cabo de un rato, y todos miraron el reloj para ver si les quedaba tiempo de hacer algo a ellos solos antes de ir a comer. Y sí. Aún les quedaba una hora entera.

Sergio propuso ir a comprar algunos regalos para los familiares. Llevaban allí cuatro días y aún ninguno de los cuatro había escogido unos buenos souvenirs para los de casa. Pararon en una pequeña tienda. Estaba abarrotada de gente y eso a Miriam le encantó. Sacó la cartera y se hizo la dueña de todos los imanes que le hacían gracia.
Paula cogió una taza, una camiseta donde ponía I LOVE AMSTERDAM para su prima pequeña, llaveros e imanes, y cuando pagaba en la caja, miró la rosa de papel color rojizo que estaba tras el cajero, tenía Ámsterdam grabado en el tallo de color dorado. Pensó en su hermana mayor. Le iba a encantar.
—¿Y esa rosa? ¿Algún admirador?—preguntó Sergio con burla. Se puso tras suya con sus sudaderas y una taza el doble de grande que la de Paula.
—Es para mi hermana Rebeca—contestó riéndose.
—¿Para quién?—preguntó el otro chico, colándose en la cola.
—¡Tío!—se quejó el rubio.
—Para mi hermana—rodó los ojos.
Salió del establecimiento para encontrarse con Miriam apoyada en un banco. Llevaba las gafas de Sol, aunque estaba nublado, pero decía que le daba un toque de lo más chic a su conjunto de hoy. Sonrió cuando se acordó de como se lo había dicho antes de tener la peleílla. Se aproximó hacia ella, sacando un pañuelo blanco del bolsillo.
—¿Qué haces?—le preguntó la otra.
—Una ofrenda de paz—rió por la tontería.
La pelinegra sonrió y cuando Paula le abrazó, no tardó en corresponderle. Estaba de lo más cansada con las peleas por culpa de Miquel. Su amiga decidió callarse, como había hecho en la cafetería. ¿Qué iba a ganar de todas formas diciéndole las verdades sobre su novio?
Nada.
Miriam era una cabeza cuadrada.
—¿Cuánto nos queda de tiempo?—les sobresaltó el moreno saliendo del pequeño establecimiento.
—Media hora, más o menos—contestó la castaña, sonriéndole.

Aquello no pasó desapercibido para Miriam, que tal solo les miraba tras sus gafas. Esperó a Sergio, quien salió lleno de bolsas de la tienda y con las mejillas arreboladas por el frío, animó a sus amigos a ir al bar para comer.

—¿Llevas bastante dinero rubito, o te lo has gastado todo comprando?—le preguntó la morena mientras los cuatro se sentaban en una mesa.
Los otros tres le miraron sin entender. ¿Qué quería ahora?
—¿Y a ti que más te da?—respondió divertido, guiñándole un ojo.
—Lo digo, porqué eres tú quién me va a pagar el rijsttafel  qué tiene tan buena pinta y que su precio parece prohibitivo.
Ahora, quién le cucó un ojo provocándolo tras la carta fue la morena. Sergio palideció. No se acordaba de la apuesta de la noche anterior. Paula miró a Gabriel levantando una ceja y éste se rió por lo bajo, ojeando la incredulidad de su amigo de siempre.
—Bueno, pero eso era tontería. Habíamos bebido.  ¿No me tomaste en serio, verdad Miriam?—disimuló carraspeando.
—Claro que lo hice. Y Gabriel también. ¿Verdad?
—Por supuesto—asintió mirando la carta.
—Venga ya tío. ¡Apóyame!
—¿Qué?—se carcajeó Gabriel.
Miriam sonrió de manera triunfante mientras Paula hacia cuentas del dinero que había cogido aquella mañana. Ella también tenía que pagarle la comida, y por las muecas de diversión que hacía el joven, no tenía pinta de pedirse algo barato.

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