Los
días pasaban y parecía que Paula cada vez se volvía más fría con su querido
amigo. De Sergio ya ni hablar, ya que cuando lo veía se sonrojaba, se escondía
y dejaba que Miriam lo saludase por las dos.
Gabriel
no sabía qué hacer.
¿Debería
hablarle?
Podría,
pero fue ella quién le ignoró. Y, ¿por qué? Se preguntaba el chico. Pues, a
saber, porque según su amigo Manuel, las mujeres estaban locas. Y según él…,
eran especiales. No entendía nada y eso que se esforzaba por hacerlo. Tal vez
él había hecho algo… ¿pero, qué?
El
Lunes, como todos los Lunes del año, aborrecieron a los cuatro amigos. Sergio
se dedicó a pintar en sus libros, Miriam a planear una fiesta para el sábado y
Gabriel y Paula a dormitar en casi todas las clases.
Pero,
a la hora del patio, la locura de Miriam se apropió de su persona.
-¡Paula,
¿y si nos vamos?!
La
chica, que miraba a Gabriel desde su sitio, frunció el ceño y la observó
durante unos instantes.
-¿Adónde?
-Pues
no sé…, por ahí. Yo ahora no voy a aguantar historia. Ni inglés. Es que es
pensarlo y… ¡uf!
-¿Estás
diciendo que hagamos pellas?-preguntó, incrédula.
No
se creía lo que decía su amiga. Nunca habían hecho pellas. Ni siquiera sabían
hacerlo. Es más, ni siquiera su amiga sabía que decía.
-Sí.
-¿Y
cómo quieres salir de aquí, cerebro?
-Pues
botando, Paula ¡cómo toda la vida se ha hecho!
-Qué
no, Miriam, qué no. No digas tonterías.
Sin
embargo, no dejó de pensarlo. ¿Qué tenía de malo hacerlo? Tampoco iban a
perderse ningún examen, ni ninguna clase en particular. Seguramente el profesor
de inglés ni iba (cómo era normal) e historia… Se sabía la guerra mundial
de pe a pa. No le hacía falta más repaso.
-Bueno…
-¡¿En
serio?!
-¿Por qué no?
Incluso
le entusiasmaba. Qué ingenua era. Lo nuevo le llamaba la atención. Tanto como
le llamaba la atención Gabi, que no le quitó la vista a la pareja de amigas en
toda la conversación.
Paula
estaba guapa hoy. Aunque sabía que no tenía nada especial, lo hacía sin querer.
El pelo suelto, rizado y un poco encrespado le resultaba atractivo, y la
sudadera de Ámsterdam que llevaba puesta le recordaba los buenos momentos. Y el
resultado que quería de aquella última noche. Si Miriam no se hubiese metido
por el medio... Tal vez…, tal vez hubiese hecho lo que tanto ansiaba.
Sólo
pensarlo le ruborizaba un tanto. ¿Cómo sería besar a Paula?
Cuando
vio que se movían y pasaban por su lado, se decidió.
Debía
hablar con ella.
Las
siguió, incluso después de que tocase el timbre. No sabía que tramaban, pero
por alguna razón que desconocía, sabía que iba a ser divertido. En cambio,
cuando oteó como intentaban botar por la verja más escondida del instituto, no
pudo evitar enfadarse.
¿Qué
hacían?
-¡Oye!
Las
dos cayeron a tierra después de eso. Paula maldijo interiormente, esperando y
rezando a todos los dioses que no fuese el director.
Aunque,
hubiese sido mejor eso.
-¿Qué
quieres?-espetó.
Al
instante se arrepintió.
-¿Y
tú? ¿Qué hacéis ahí?
-¿Y
a ti qué te importa?
-Pues
me importa, Paula. Te puede caer una bien gorda por esta tontería.
Ninguno
de los dos hizo caso a Miriam, que sonreía como una niña al verlos pelear. Parecían
una pareja, aún sin ellos darse cuenta.
-¿Y?
-¿Cómo
que “y”?
Llegó
un momento que ni ella sabía que decía. Gabriel cada vez se acercaba más, y a
ella cada vez le faltaba más aire en los pulmones. El corazón tamborileaba en
su pecho, haciendo un tun tun simultáneo
y lleno de vida, que creía que en cualquier momento el moreno escucharía.
-Mira
Gabi, déjame en paz.
El
chico se sintió dolido. ¿Qué Paula era esa? Su Paula estaba claro que no.
-Pues
no. No te vayas Paula, es una tontería.
Se
miraron unos instantes, en los que la chica recapacitó. Antes de que se
pudiesen dar cuenta, Miriam no estaba. Y no tenían tiempo de buscarla, pues, la
voz del director y la secretaria se oían demasiado cerca.
-¡Mierda!
Joder, ¿y ahora qué?-siseó el chico, cogiendo a Paula del brazo y escondiéndola
detrás suya.
-¡Y
yo qué sé! Cómo nos pillen… ¡ay mi madre! La que me van a liar mis padres. Y no
te cuento mi hermana…
-¡Shhh!
Pero,
no había tiempo, porque cada vez estaban más y más cerca. Por lo que, sin
pensarlo demasiado, Gabriel alzó a Paula sobre la valla, y ésta, sin decir ni
mu, botó. Al instante, el cuerpo ágil de Gabriel se deslizó por su lado, le
cogió de la mano y corrió con ella a esconderse detrás de los contenedores.
Sin
decir nada, se entendieron de maravilla. Algo que a los dos les había
sorprendido. Aun estando escondidos, no se soltaron de la mano. Por lo que
Paula, como era habitual en ella, ya estaba roja como un tomate.
Cuando
se asomaron, y vieron que el director ya no estaba, respiraron tranquilos.
-¿Y
ahora qué?-preguntó la castaña, aflojando el agarre de la mano.
No
obstante, el chico no dejó que le soltase. Apretó más y las llevó a su
regazo.
-¿Quieres
entrar?
Ella
lo pensó. Lo pensó y lo repensó. Y, al final, se dio cuenta de que no le hacía
falta pensar tanto, porque quería pasar el rato con Gabriel.
-No.