domingo, 5 de junio de 2016

¿Te acuerdas de mí?

#12

Los días pasaban y parecía que Paula cada vez se volvía más fría con su querido amigo. De Sergio ya ni hablar, ya que cuando lo veía se sonrojaba, se escondía y dejaba que Miriam lo saludase por las dos.
Gabriel no sabía qué hacer.
¿Debería hablarle?
Podría, pero fue ella quién le ignoró. Y, ¿por qué? Se preguntaba el chico. Pues, a saber, porque según su amigo Manuel, las mujeres estaban locas. Y según él…, eran especiales. No entendía nada y eso que se esforzaba por hacerlo. Tal vez él había hecho algo… ¿pero, qué?
El Lunes, como todos los Lunes del año, aborrecieron a los cuatro amigos. Sergio se dedicó a pintar en sus libros, Miriam a planear una fiesta para el sábado y Gabriel y Paula a dormitar en casi todas las clases.
Pero, a la hora del patio, la locura de Miriam se apropió de su persona.
-¡Paula, ¿y si nos vamos?!
La chica, que miraba a Gabriel desde su sitio, frunció el ceño y la observó durante unos instantes.
-¿Adónde?
-Pues no sé…, por ahí. Yo ahora no voy a aguantar historia. Ni inglés. Es que es pensarlo y… ¡uf!
-¿Estás diciendo que hagamos pellas?-preguntó, incrédula.
No se creía lo que decía su amiga. Nunca habían hecho pellas. Ni siquiera sabían hacerlo. Es más, ni siquiera su amiga sabía que decía.
-Sí.
-¿Y cómo quieres salir de aquí, cerebro?
-Pues botando, Paula ¡cómo toda la vida se ha hecho!
-Qué no, Miriam, qué no. No digas tonterías.
Sin embargo, no dejó de pensarlo. ¿Qué tenía de malo hacerlo? Tampoco iban a perderse ningún examen, ni ninguna clase en particular. Seguramente el profesor de inglés ni iba (cómo era normal) e historia… Se sabía la guerra mundial de pe a pa. No le hacía falta más repaso.
-Bueno…
-¡¿En serio?!
-¿Por qué no?
Incluso le entusiasmaba. Qué ingenua era. Lo nuevo le llamaba la atención. Tanto como le llamaba la atención Gabi, que no le quitó la vista a la pareja de amigas en toda la conversación.
Paula estaba guapa hoy. Aunque sabía que no tenía nada especial, lo hacía sin querer. El pelo suelto, rizado y un poco encrespado le resultaba atractivo, y la sudadera de Ámsterdam que llevaba puesta le recordaba los buenos momentos. Y el resultado que quería de aquella última noche. Si Miriam no se hubiese metido por el medio... Tal vez…, tal vez hubiese hecho lo que tanto ansiaba.
Sólo pensarlo le ruborizaba un tanto. ¿Cómo sería besar a Paula?
Cuando vio que se movían y pasaban por su lado, se decidió.
Debía hablar con ella.
Las siguió, incluso después de que tocase el timbre. No sabía que tramaban, pero por alguna razón que desconocía, sabía que iba a ser divertido. En cambio, cuando oteó como intentaban botar por la verja más escondida del instituto, no pudo evitar enfadarse.
¿Qué hacían?
-¡Oye!
Las dos cayeron a tierra después de eso. Paula maldijo interiormente, esperando y rezando a todos los dioses que no fuese el director.
Aunque, hubiese sido mejor eso.
-¿Qué quieres?-espetó.
Al instante se arrepintió.
-¿Y tú? ¿Qué hacéis ahí?
-¿Y a ti qué te importa?
-Pues me importa, Paula. Te puede caer una bien gorda por esta tontería.
Ninguno de los dos hizo caso a Miriam, que sonreía como una niña al verlos pelear. Parecían una pareja, aún sin ellos darse cuenta.
-¿Y?
-¿Cómo que “y”?
Llegó un momento que ni ella sabía que decía. Gabriel cada vez se acercaba más, y a ella cada vez le faltaba más aire en los pulmones. El corazón tamborileaba en su pecho, haciendo un tun tun simultáneo y lleno de vida, que creía que en cualquier momento el moreno escucharía.
-Mira Gabi, déjame en paz.
El chico se sintió dolido. ¿Qué Paula era esa? Su Paula estaba claro que no.
-Pues no. No te vayas Paula, es una tontería.
Se miraron unos instantes, en los que la chica recapacitó. Antes de que se pudiesen dar cuenta, Miriam no estaba. Y no tenían tiempo de buscarla, pues, la voz del director y la secretaria se oían demasiado cerca.
-¡Mierda! Joder, ¿y ahora qué?-siseó el chico, cogiendo a Paula del brazo y escondiéndola detrás suya.
-¡Y yo qué sé! Cómo nos pillen… ¡ay mi madre! La que me van a liar mis padres. Y no te cuento mi hermana…
-¡Shhh!
Pero, no había tiempo, porque cada vez estaban más y más cerca. Por lo que, sin pensarlo demasiado, Gabriel alzó a Paula sobre la valla, y ésta, sin decir ni mu, botó. Al instante, el cuerpo ágil de Gabriel se deslizó por su lado, le cogió de la mano y corrió con ella a esconderse detrás de los contenedores.
Sin decir nada, se entendieron de maravilla. Algo que a los dos les había sorprendido. Aun estando escondidos, no se soltaron de la mano. Por lo que Paula, como era habitual en ella, ya estaba roja como un tomate.
Cuando se asomaron, y vieron que el director ya no estaba, respiraron tranquilos.
-¿Y ahora qué?-preguntó la castaña, aflojando el agarre de la mano.
No obstante, el chico no dejó que le soltase. Apretó más y las llevó a su regazo.
-¿Quieres entrar?
Ella lo pensó. Lo pensó y lo repensó. Y, al final, se dio cuenta de que no le hacía falta pensar tanto, porque quería pasar el rato con Gabriel.

-No.