viernes, 22 de enero de 2016

¿Te acuerdas de mí?

#3



Miriam comía las galletas mientras observaba a la gente. Allá donde le rodeaba estaban las personas pendientes del móvil. No veía conversación en ningún sitio. ¿Dónde habían quedado las relaciones de verdad?
Con lo romántica empedernida que era ella, esos gestos le molestaban una barbaridad.
—¿Qué miras?                      
La pelinegra miró a su amiga y le señaló la pareja de adolescentes que no dejaban el móvil ni un segundo.
—No hay nadie que no tenga el móvil en la mano.
—Ah, ya.
Sergio observó lo que las dos chicas decían. Era verdad, continuamente veía a la gente caminar mirando el móvil, sin tan siquiera ver si podían ser atropellados por un coche. Él no podía criticar aquello, pues era una víctima más del teléfono.
—¿Y qué pasa?—inquirió Gabriel masticando.
Paula arqueó las cejas, pero no dijo nada, dejó que Miriam contestase por ella. Sabía lo que iba a decir, pues ellas dos habían hablado sobre el tema durante horas. Criticando a todo aquel que era manejado por las redes sociales y no hablaba con las personas.
—Pues que así pierdes muchísima comunicación con la gente. Míralos: ¿para qué quedas con una persona si vas a estar pendiente de que te envíen un mensaje?
—Yo creo que no es así—repuso el moreno. Se recostó bajo su espalda y bostezó, dando pie a que Paula protestase.
—¿Y por qué?
—Pues porqué puedes conectar con gente de otros países, o de otras ciudades. Y si un familiar o un amigo se van lejos puedes hablar con él.
—Sí, bueno, por una parte sí. ¿Pero por la otra?
—¿Qué otra parte?—curioseó Sergio.
—Hablar con tus amigos como lo estamos haciendo nosotros ahora mismo, y por qué no podéis usar el móvil, que si no…
Gabriel tiró el papel de albar a la basura, volvió a sentarse y prosiguió con su defensa hacia los móviles.
—Todo tiene un límite, y puedes sobrepasarlo, como lo hacen ellos, o no—señaló a los chicos que seguían pendientes del WhatsApp.
—¿A qué te refieres?
Esta vez fue Miriam la que frunció las cejas. ¿A caso iba a dar una respuesta coherente?
—A que creo que cuando quedas con una persona es para hablar con ella, no estar pendiente del móvil, pero lo bueno es que…
—No hay nada bueno—se interpuso Paula. Dejó las gafas en su funda y se apretó el puente de la nariz.
—Lo bueno—ignoró a la castaña.—Es que si tienes una relación puedes hablar con esa persona durante todo el día, sin echarla de menos en ningún momento.
Miriam encaró todo su cuerpo hacia el muchacho, que parecía muy convencido sobre lo que decía. Sergio no dijo ni una palabra y quién faltaba decidió pellizcarse el muslo antes de contestarle.
—¿Y dónde queda el misterio de echarse de menos? No digo que no tengas que hablar por WhatsApp, yo misma lo hago. Pero, hay gente que se pasa demasiado con la pareja, y a la hora de mirarse a la cara, ni siquiera se conocen.
Gabriel soltó una carcajada y todos le otearon interrogantes. ¿A qué venía la improvisada risa?
—¿De qué te ríes?
—Esa contestación es típica de una chica que no tiene novio. Sin que te sepa mal, claro—defendió risueño.
Las dos amigas se miraron y ambas negaron con la cabeza a la vez. La del pelo negro movió su melena hacia un lado respondiendo:
—Tengo novio desde hace once meses, chaval, y en ningún momento hemos peleado por WhatsApp, ya que todo nos lo hemos dicho a la cara.
—¿Ah sí?—se sorprendió Gabriel.—Pues yo creo que una relación se basa en el WhatsApp también. Que te hablen por allí también es importante.
—¿Prefieres una relación por internet o en persona?—preguntó Paula. Cuando fue a darle otro bocado a su almuerzo, se dio cuenta de que de éste no quedaba ni una miga.
—Pues en persona, claro. Un móvil no te va a dar un beso cuando lo veas, o un abrazo. Pero, sigo creyendo que el mero hecho de hablar con  alguien a través del teléfono es una buena señal.
—¿Una buena señal?
—Sí.
—Una buena señal ¿de qué?—indagó la otra chica.
—A ver,—se fijó en que todos los ojos estaban puestos en él, y siguió con el tema:—si un chico, o una chica (desde la perspectiva que se vea), te habla por WhatsApp, es que quiere algo. Está muy claro.
—¿Y no puedes hablar con una persona sin que te tachen de tontear con ella?—entreveró el rubio. Llevaba un rato escuchando y aún no había dado su opinión.
—Sí, claro.
—Acabas de decir, en pocas palabras, que cuando hablas con una persona es porqué te gusta—le dijo Miriam, corrigiéndole.
—Es que…
—No creo que tenga que ser así—le detuvo Paula.— ¿A caso una persona no puede hacer las cosas bien y ya está? Hablar cara a cara, quedar, tener citas…
—¡Eres toda una romántica!—rio Gabriel.
—No—negó—simplemente creo eso. Y también está el momento de la vergüenza. Imagínate que te ignora, o que no te hace caso… Luego estás una semana mal.
Se vio a ella misma haciéndolo, pero se quitó aquel vago recuerdo de la cabeza.
—Es que hay que echarle ganas y arriesgarse. Eso está muy claro.
—¿Arriesgarse?
—Sí—le respondió a su amigo, con una sonrisa de oreja a oreja—una chica que es capaz de decirte lo que siente por ti, me parece de lo más atractiva.
—Sí claro—se mofó Miriam—y si tiene unas buenas tetas y un buen culo también te parece atractiva, no te fastidia.
—No tiene por qué.
—Claro Gabriel, seguro que si la más fea del instituto te dice que te quiere, a ti te parece de lo más atractiva—habló Paula, en tono de burla.
—Pues a lo mejor—replicó el chico, ofendido porque no le tomasen en serio.
—Ya, ya. Lo que tú digas.
Estuvieron durante unos segundos callados, mirándose entre sí. No se habían dado cuenta de que la conversación había sido seguida por ellos dos solos. En algún momento los amigos comentaron, pero nada comparado con las largas frases de ambos. Cada uno defendía su ideología, y por ello, cada uno se pensaba que tenían razón en lo que decían.
A Gabriel se le cruzó una idea por la cabeza. Sin saber porque, sonrió de manera divertida y miró a la jovencita que acababa de conocer tan solo hace unas horas. Aquella con la que pensaba que en un futuro llegaría a llevarse bien.
—Y tú, Paula, que prefieres: ¿relación en persona o por internet?
Sabía lo que le iba a responder, pero quería ver las mejillas volverse rojizas, otra vez.

lunes, 18 de enero de 2016

¿Te acuerdas de mí?

#2



Movió la cabeza mirando a Sergio y este alzó los hombros. Se notaba que ninguno de los cuatro quería hacer algo. ¿Por qué Paco siempre se encargaba de estropear los viajes de instituto?
—Podríamos ir a la casa de Anna Frank—propuso la castaña mirando el mapa en sus manos.
—¡Ala Paula! Vamos a hacer una cola larguísima—se interpuso Miriam empezando andar hacia quien sabe dónde.
—¿Y si vamos a Vondelpark?
Todos miraron a Sergio. Aquella no era una mala idea, no harían cola y lo tenían bastante cerca. A lo mejor tardaban quince minutos andando.
—Por mí bien—asintió el moreno. Se acomodó la mochila bajo los anchos hombros y caminó tras su amigo.
Paula decidió quedarse detrás y seguirles. Estaba inquieta, mordía su labio inferior mientras miraba los ladrillos de la calle.
¿Por qué nunca había sido extrovertida?
Le hubiese gustado bromear con el par de chicos como lo hacía Miriam, sin embargo, allí estaba, sumida en sus pensamientos. Tal vez era el momento de dar un paso más allá.
Tenía dieciséis años y su lista de amigos se resumía a cinco personas. ¿Era la única que se sentía así? ¿O tal vez era un bicho raro?
A lo mejor, aun no era el momento de dar el paso. Miró hacia delante, y observó quien cubría toda su visión.
Gabriel caminaba grácil y con estilo. Nunca había visto a ese chico, tampoco llamaba mucho la atención. Era normal, como ella. Podía considerarse del montón, dicho de una manera ordinaria, aunque Paula prefería llamarle corriente.
Sergio llamaba mucho más la atención. Era más alto que él, aunque no tanto, y rubio con ojos azules. ¿Qué chica no babeaba por uno así?
—Ya estamos—dijo el susodicho, despertando a Paula de su ensoñación.
El jardín era mucho más bonito en persona que en fotos. Recordaba a ella y a su madre mirarlas embobadas en el ordenador mientras comían palomitas. Se adentraron, y después de una hora haciendo fotos y preguntando a gente, decidieron sentarse en una parte del césped que no estaba húmedo.
—Qué hambre tengo—murmuró Miriam rebuscando en su mochila. De ella sacó un zumo y unas galletas Oreo que se había comprado el día anterior.
Gabriel se sentó delante de Paula aposta.
Había estado ojeándola durante todo el rato. Las cejas juntas cuando se quedaba sin hablar unos instantes, el fruncimiento de nariz al colocarse bien las gafas y los rizos cayéndole por la espalda de manera natural hasta que se lo había cogido en un moño maltrecho.
¿Qué tenía que le hacía querer mirarla durante un largo tiempo?
—Se me ha olvidado el almuerzo en el hotel—gruñó ella indiferente a los pensamientos del joven.
Pensaba que se había preparado bien la mochila y había olvidado algo imprescindible.
—Toma anda, cómete la mitad.
Paula agradeció las galletas de Miriam con una sonrisilla, pero Gabriel se las quitó de la mano y se las volvió a la dueña.
—Tengo dos bocadillos. No me importa compartir uno contigo.
Aquello dejó a todos sorprendidos, incluso a él mismo. Siempre se preparaba dos bocadillos para almorzar y el hecho de querer compartirlo con Paula le resultó agradable.
—Gracias, supongo—balbuceó la chica.
Cogió el bocadillo e hizo trizas el papel de plata. Podía oler el chorizo desde su sitio.
Sergio miró a Miriam y ésta a él. ¿Qué acababa de pasar?
—Gabi tío, cada día me sorprendes más—le dijo Sergio al oído.
A él no le molestó el comentario, ni siquiera prestó atención.

lunes, 11 de enero de 2016

¿Te acuerdas de mí?

#1


Era el tercer día en Ámsterdam.
La excursión iba mejor que bien, y eso que pensaba que iba a ser un poco aburrida.
Podía sentir la humedad haciéndole el pelo un estropajo y el frío helarle los huesos. Decidió ponerse mejor un jersey gordo y dejar la sudadera para otro día.
¿Dónde estaba Miriam?
Hacía lo menos tres cuartos de hora que se había metido en el baño a arreglarse e iban a llegar tarde. Ya se habían levantado diez minutos después de lo debido y eso, para Paula, era todo un sacrilegio. La puntualidad era tan importante como lo era beber agua o comer todos los días. Su responsabilidad le seguía allá donde fuera. Ámsterdam o la misma Venecia.
—Miriam, ¡va que llegamos tarde!—tocó a la puerta.
Oyó tirar de una cadena y frunció los labios. Se apartó de la zona de salida y fue a coger su mochila. Repasó el contenido:
¿Paraguas? Sí.
¿Móvil? Sí.
¿Agua? Sí.
¿Pañuelos? Sí.
¿Ibuprofeno? Sí.
—Paula tía, que aún nos quedan veinte minutos para llegar. Qué exagerada eres—dijo Miriam saliendo del baño.
El pelo negro le caía como una cortina por los hombros mientras se ponía el abrigo. Sabía que las botas iban a ser un problema si llovía, que de normal era todos los días, y probablemente acabaría en el suelo.
Paula, en cambio, sabía que sus inseparables converse negras no le harían una mala pasada y caminó segura hasta el hall del hotel.
Vio a los chicos de su misma escuela hablar con el profesor unas calles más arriba. Se soplaron las manos para entrar en calor y anduvieron lo más rápido que pudieron. Cuando casi chocaron con un graciosillo de un curso más bajo que ellas, pararon.
Miriam miró el reloj y se lo enseñó a Paula. Aún les sobraban diez minutos.
¡JÁ!, le dijo con la mirada, mientras su amiga sonreía y movía sus rizos de un lado a otro. Puede que fuese un poco paranoica a la hora de llegar pronto, pero era una manía que le había pegado su madre.
—Bueno chicos, ¿estamos todos?—preguntó Paco contando a cada uno con los dedos.
La misma rutina que hacía todos los días.
Paula miró a su alrededor. Ya había sido mala suerte lo que le había pasado a Miriam y a ella. No había ninguna chica de su edad. Tampoco es que fuesen muchos, claro.
Dos chicos de segundo de bachillerato, a ver cuál de ellos más alto. Tres de primero de bachiller que tan solo hablaban entre ellos y seis de tercero de la ESO, tres chicas y tres chicos, que se creían los más graciosos.
Aun así, el viaje estaba saliendo bastante bien.
—Vale, haremos esto: tenemos que formar grupos de tres o cuatro personas. Recordad que esto es un viaje tanto turístico como educativo. Tendréis que recopilar cosas que os interesen. Hacer fotos, buscar información y demás.
La voz de Paco no tardó ser interrumpida por un chico de tercero, Miguel, mientras se codeaba con sus compañeros:
—¿Y si no nos gusta nada?
Los seis empezaron a reír a carcajada limpia. Miriam bufó y los miró reprobatoriamente, ¿por qué hacían siempre lo mismo? No hacían ninguna gracia.
—Pues entonces puedes quedarte en tu habitación todo el día Miguel, lo que tú prefieras.
 —¿Nos vas a dejar solos por una ciudad que no conocemos?—preguntó Alex, el cabecilla de primero de bachillerato.
—Tenéis un mapa, y sabéis inglés. No voy a ir todo el día detrás de vosotros. Es parte del viaje.
Paula se retorció los dedos bajo los bolsillos del abrigo. Mientras algunos pensaban si iban a perderse o no, ella no dejaba de pensar en que Miriam y ella iban a ser una molestia para quienquiera que se pusiese con ellas.
¿No se podían hacer grupos de dos?
A punto de preguntarlo, Paco se adelantó y exclamó:
—Bien, como veo que ya tenéis los grupos hechos, podéis ir haciendo camino. Os espero aquí dentro de tres horas.
Dio media vuelta y se adentró en una cafetería. No podía creerse la actitud de aquel profesor. Ya podían haber cogido a otro…
—¡Paula, va!
El grito de su amiga le hizo volverse. Charlaba con los dos chicos de segundo de bachillerato muy animada. Aún no sabía sus nombres, pero estaba claro que no tardaría en conocerlos.
—Hola—musitó avergonzada.
Odió ser tan vergonzosa. Intentó aparentar que el rojo de sus mejillas era por causa del frío y que en ningún momento se había sentido incómoda.
—Hola—le saludó el chico rubio.—Me llamo Sergio, y él es Gabriel.
Paula miró a Gabriel al unísono que él le miraba a ella. El chico sonrió divertido cuando vio la rojez en sus carillos. Se notaba que estaba pasando vergüenza y eso, por alguna razón, le gustó.
Era egoísta y estúpido, pero le gustaba que la tal Paula se pusiese así al mirarle a los ojos.
—Bueno, pues ya estamos todos—exclamó Miriam, ajena al comportamiento de aquellos dos.
Oteó a su amiga y sonrió, todos habían congeniado bien.
— ¿Por dónde empezamos?—preguntó Gabriel.