-¿Qué
haces?-exclamó, separándose.
Gabriel
se quedó con el rostro desencajado, y los labios aún arrugados por el beso
reciente. No sabía qué decir. ¿Ella no quería que lo besara?
A
Paula se le subieron los colores a las mejillas. No tenía ni idea de por qué
había hecho eso, pero se arrepintió al momento. Y más al ver el rictus del joven.
-Yo…hmm…pensaba
que querías, Paula. Lo siento.
“Tierra, trágame”,
repitió una y otra vez. Lo que menos quería era que su amiga estuviera
incómoda. Ahora parecía un estúpido. ¿Eso quería decir que Paula no sentía lo
mismo? No podía ser. Le había seguido el beso al principio, pero luego, se había
separado como si quemara. ¿Entonces?
¡Qué
complicada era!
-Da
igual-susurró la castaña, aún sin saber hacia dónde se dirigían sus acciones.
Aunque
no tardó en darse cuenta.
Aquella
noche, Gabriel no le había besado solamente a ella, sino que también probó los
labios de Alejandra. Y eso, quisiera o no, le supuso cierta inseguridad.
Alejandra era más mayor que ella, y a su parecer, más guapa. ¿Gabriel la
preferiría a ella?
Puede,
le carcomió la conciencia.
Puede
que sólo buscaba probar, para ver cómo se sentía. Y eso le hizo sentirse peor.
Ella no quería eso.
Gabriel,
en cambio, no sabía que responder al susurro de la chica.
Su
cabeza se convirtió en un nido de pájaros en un momento. No era tonto, y notaba
cuando alguna chica estaba interesada en él. ¿Por qué pensaba que con Paula
todo era diferente?
Si
él decía izquierda, a ella le parecía mucho mejor la derecha.
¿A
caso no podían ponerse de acuerdo en nada?
-Me
voy a casa-sentenció, después de observar el silencio del joven.
Era
consciente que la tensión se debía al corte que acababa de darle, pero no por
ello Gabriel dejaba de tener culpa. Alejandra seguía atormentando sus
pensamientos, y no pudo evitar que le fastidiara.
A
veces pensaba que la única que se preocupaba era ella.
-Voy
contigo.
Asintió
sin querer darle más vueltas al asunto. Necesitaba pensar, de manera larga y
tendida. Eso no era algo que debía tomarse a la ligera. O eso se dijo a si
misma.
Pidieron
un taxi, uno que les costó mucho más caro de lo que pensaban, y que terminó
pagando Gabriel. En todo el trayecto ninguno fue capaz de pronunciar palabra.
Para el simple beso que acababan de darse, todo dio la vuelta, convirtiéndose
en un hecho mucho más intenso de lo normal.
Los
sentimientos más escondidos florecían, y ninguno era capaz de enterarse.
Ambos
bajaron en el portal de la joven, a partir de ahí, Gabriel se iría andando a
casa. Esperaba poder dormir después de la noche tan ajetreada que acababan de
tener.
Al
llegar, a Paula le dio un vuelco el estómago, y por un momento sintió vértigo.
Vio su reflejo en los cristales de la puerta, con el pelo hecho un estropajo y
la raya del ojo corrida. Si Gabriel le había besado aseguraba que no era por lo
guapa que estaba.
En
esos segundos, aquellos que parecieron eternos, se dedicó a replantear de nuevo
la situación.
¿Por
qué tenía que ser tan cuadriculada?
Tal
vez, si se dejara llevar, sería más feliz.
Lo contrario de vivir es no
arriesgarse, recordó a Fito y Fitipaldis, aquella
frase que ella tanto defendía y que no cumplía nunca.
Por
eso, cuando Gabriel le cogió la mano para volver a pedirle perdón, decidió
arriesgarse ella, y no él.
¡Que le den a Alejandra!
Estiró
las manos agarradas y lo acercó a ella. El chico, atónito, la dejó actuar.
Ahora le tocaba a ella. Le besó suavemente, saboreando los labios que hacía
días no se podía quitar de la cabeza. Se le encogió el estómago y el
sentimiento de valentía se fundió por todo su cuerpo.
¿Por
qué debía privarse de aquello que tan feliz le hacía?
Sin
embargo, cuando dejó de sentir la calidez en su boca, abrió los ojos. Gabriel,
con la mirada mirada de asombro, respondió:
-¿Qué
haces?
¿Qué?
El
rojo se apropió de su cara, pero cuando vio la irónica sonrisa en las mejillas del
moreno, le miró con reproche.
-Te
la debía-bromeó, acercándola de nuevo a su cuerpo.
Esta
vez, los dos se besaron con entusiasmo. Entre sonrisas, aquel portal se
convirtió en uno de sus sitios favoritos.
-¿Te
veo el lunes?-preguntó el chico, amargándose al recordar que aquel fin de
semana estaba en el pueblo, y que no podía verle.
-Claro.
Se
volvieron a besar, una y otra vez. Besos cortos, largos, con sonrisas de por
medio y con el corazón en la mano.
No
querían que la noche acabara.
-¡¡Despierta!!
-¡Mamá,
que es sábado!
Pero
su madre no le contestó. Paula renegó durante un buen rato en la cama. Jugó con
el edredón entre sus dedos y dejó que el sábado le sorprendiera. Y tanto que lo
hizo.
Lo
primero que vio fue un mensaje de Gabriel, y aquello le hizo sacar una sonrisa.
El
día empezaba mejor que bien.
“Buenos días Paulita”
Simple
pero eficaz.
Estuvo
todo el día aprovechándolo al máximo. Ayudó a su familia con la limpieza
general, y después, se dispuso a empezar los deberes y los esquemas para
estudiar. Tenía exámenes, y no quería jugársela a un día sólo de estudio.
Sobre
las cinco de la tarde, recibió otro mensaje.
Y
se le iluminó la cara al pensar en Gabriel.
No
obstante, él no era el remitente, sino Sergio. Se sorprendió notablemente. No
lo esperaba, y terminó dándose cuenta de que ayer se fue de su cumpleaños sin
decir nada.
Aprovechó
aquel momento para pedirle perdón, pero el chico quería hablar con ella esa
tarde, en persona, al parecer.
Como
no tenía nada que hacer, le propuso quedar en media hora en un bar.
La
duda le envolvió el pensamiento.
¿Qué
querría?
Cuando
llegó, se recibieron con dos besos.
-Sergio,
perdona por irme anoche, no me encontraba bien-se disculpó atropelladamente.
No
quería perder el tiempo, se sentía mal.
-Tranquila.
¿Sabes qué Gabriel también se fue?-le preguntó, aunque sabía de sobra la
historia de anoche.
Gabriel
le había llamado para contárselo esa mañana y a él no le había sentado bien.
Los celos se habían apoderado de su persona en cuanto se enteró, y decidió
arriesgar él también.
Eran
amigos, pero lo que sentía por Paula iba más allá.
O
eso creía él.
-¿Ah,
sí?-respondió, ocultando la felicidad que sentía al recordar la pasada noche.
No
sabía por qué, pero pensaba que era mejor ocultarlo.
-Sí,
me lo dijo antes de irse-la escudriñó con la mirada.
Parecía
que a Paula le daba vergüenza admitir los acontecimientos de ayer. O eso o no
tenía la confianza que necesitaba para contárselo.
Pero
bueno, lo obvió.
Él
quería decirle unas palabras, y allí, sentado en aquel viejo bar le pareció el
sitio más adecuado.
Era
el momento.
-Paula,
¿recuerdas el beso en Ámsterdam?
¿Qué?