miércoles, 2 de marzo de 2016

¿Te acuerdas de mí?

#7

Madre mía.
Madre mía.
Y madre mía.
¿Cómo se quitaba esas ojeras de zombi?
Sabía que acostarse a las cuatro de la mañana y levantarse a las siete tenía unas consecuencias que una debía cargar, pero aquello se le había ido de las manos. ¿A caso era la novia de Frankenstein y no se había enterado?
Quiso pedirle ayuda a Miriam y que le pusiese anti ojeras tanto como quisiese, pero su querida amiga ya había bajado a desayunar y, según ella: coger sitio para las dos. Según Paula, que tenía un hambre insaciable.
Decidió ponerse un poco de base y colorete, y, al hacerlo, casi sin querer se imaginó a Gabriel susurrarle que no se pusiese mucho, o que parecería una puerta.
Sonrió como una chiquilla, pero negó con la cabeza rápidamente.
No te imagines cosas que no son, Paulita. 
No quería hacerlo, claro que no, pero había sido tan fácil la conversación que tuvieron anoche, que todo le parecía sencillo con Gabriel. Al salir del casino se habían juntado con sus amigos y los cuatro habían hablado durante el camino. Ellos dos, cada uno en una punta del grupo, comentaban junto con la otra pareja, pero ni tan siquiera habían vuelto a mirarse.
Paula no sabía por qué pero le daba vergüenza mirarle después de estar toda una noche hablando. Una completa estupidez, cierto. Pero solo ella entendía sus razones.
Cogió el abrigo, los guantes y un gorrillo de lana que se había comprado el primer día. Hoy hacía más frío de lo normal y ella no tenía el cuerpo para mucho meneo. Tenía un sueño terrible.
Avanzó hasta los ascensores y cuando salió de uno de ellos se encontró con más de cien  personas comiendo, hablando…
Intentó divisar a su mejor amiga, y la encontró justo cuando se metía un trozo de plumcake en la boca. Cogió una magdalena, un zumo y un vaso de leche. Caminó hacia Miriam y se sentó en frente suya.
—Hola—le dijo ésta con la boca llena.
—¿Cuánto has comido?
Observó los envoltorios de un montón de cosas esparcidas por la mesa, una botella de agua y un batido de chocolate.
—Mucho. Este horario guiri me mata. ¿Cómo pueden cenar tan pronto y aguantar hasta el día siguiente? Me he levantado pensando en comida.
Paula soltó una risotada y se bebió el vaso de leche de un trago. Ella también tenía hambre.
—¿Hoy adónde vamos?
—Hemos estado hablando con Paco, y después de insistirle ha decidido gastar las entradas de Anna Frank. Vamos todo el grupo.
—¿Hemos?
—Sí. Sergio y yo. Se acaba de ir al baño pero hace nada estaba desayunando conmigo.
La castaña sonrió, se recolocó las gafas en el puente de la nariz y empezó a comerse la magdalena.
—Así que Sergio y tú, eh.
Miriam se atragantó con el plumcake. Tosió hasta que se le pusieron los ojos rojos y bebió del agua que su compañera le ofrecía. No podía creer lo que le había dicho Paula.
—¿Qué insinúas, tía? Qué yo estoy con Miquel.
Paula frunció los labios y siguió comiéndose la magdalena. No le gustaba Miquel para su mejor amiga. ¿A quién le podía gustar un chico de veintidós años que, según él, amaba a Miriam con locura, teniendo tan solo dieciséis?
A parte, de ser un adicto a la marihuana. Paula intentaba enseñarle a su amiga la parte mala de él, pero la otra estaba tan ciega que tenía la venda bien apretada contra sus ojos.
—Sergio es el doble de guapo.
Y lo era.
Y tanto que lo era.
Y Miriam lo sabía de buenas, pero seguía viendo a Miquel con el mismo cariño que la primera vez.
—Bueno, ¿y qué? ¿A caso todo es la edad, la altura y la belleza?—respondió a la defensiva. Siempre que tocaban el tema le salía su vena protectora.
—No, Miriam, no. Tan solo te lo estaba comentado. Ya sabes que Miquel no es santo de mi devoción.
—Ya claro, ni Juanjo, ni Tomás… Ninguno de todos.
—Es que siempre te buscas algo que no va contigo—intentó calmar las aguas.
—Los polos opuestos se atraen.
—No. Los polos opuestos acaban destrozándose Miriam.
La morena se retiró el flequillo de la cara, miró a su amiga con ojos vidriosos y queriendo dejar la conversación estar, murmuró:
—No nos enfademos en Ámsterdam, Paulita.

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