—¿Ahora quién tiene miedo, Sergio?—achacó Miriam riendo. Ella y Gabriel habían ganado.
Paula
bebió de su segunda Coca-Cola mientras el chico se defendía de los continuos
ataques de su amiga. Gabriel, a su lado, le miraba casi sin pestañear.
No
sabía si el alcohol del único cubata que había tomado le estaba pasando
factura. ¿Qué le habían puesto a aquello? ¿Por qué no podía dejar de observar
cada movimiento suyo? Se estaba volviendo loco, de eso, estaba seguro.
—¿Te
has maquillado?—inquirió, curioso.
Se
había fijado en ella nada más verla en el hall, pero sus gafas ocultaban un
tanto del maquillaje. Ahora que se las había quitado y se había hecho un moño
como en la mañana anterior, podía ver todos sus rasgos perfectamente.
—Sí,
un poco—le respondió, tímida.
Le
daba vergüenza que le preguntase aquello de tal manera. ¿A caso no podía
maquillarse? ¿Se estaba riendo de ella?
No,
eso no.
—Te
queda muy bien.
¿Le
estaba tomando el pelo?
—¿Te
estás burlando?—preguntó, un poco ofendida. Dejó la Coca-Cola en el sitio y le
miró con ojos despiertos.
—¿Qué?
¡No! Lo digo enserio. Te queda bien, te hace más mayor.
—¿De
normal parezco una niña?
Gabriel
le miró sorprendido. ¿Por qué le daba las vueltas a todo? Tan solo le había
dicho que estaba muy guapa. Bueno, eso, técnicamente no. Pero él lo pensaba de
esa manera, ¿por qué no se daba cuenta?
—No
Paula, tan solo digo que te queda bien.
—Ah,
vale—asintió, con una sonrisa jugueteando en sus
labios.—Gracias.
Se
le subieron los colores hasta las mismas raíces del pelo. Parecía un tomate,
seguro. Bajó la cabeza a sus zapatos planos y disimuló como una actriz en
pleno rodaje. Una actriz absurda, se dijo él, pues ya le había visto.
Aun
así, se sintió culpable de aquella escena, e intentando relajar el ambiente,
bromeó:
—Aunque
no te pases mucho con la base, parecerás una puerta.
Paula
rio ligeramente, se acomodó en la silla de madera y giró su cuerpo al de él.
¿Se había acercado más o era cosa suya?
—Qué
profesional del maquillaje.
—Ya—se
carcajeó.
Empezaron
una conversación de cosas sin importancia. Una tontería por aquí y otra por
allá. No obstante, ninguno dejó el diálogo de lado. Si no eran de cosas de
Paula, eran cosas de Gabriel. Estudios, familia, aficiones… ¿Qué importaba? Los
dos hablaban sin parar, ajenos a las miradas curiosas de sus amigos, y los chismorreos
por su parte.
¿Desde
cuándo los dos tenían tanta confianza?
Paula
estaba a gusto, plena. No tenía prisa por irse, ni siquiera miró el reloj
por ver si sería demasiado tarde para llegar al hotel. Algo demasiado común en ella. No le importó que fuesen la una de la madrugada, que ya debería de
estar por el tercer sueño y que, al día siguiente, se lamentaría de haber
dormido menos de ocho horas.
Mientras
aquellos pensamientos deambulaban en sus cabezas, el otro par de jóvenes
hablaban sobre ello.
—Oye,
tu amigo va a saco con Paula.
—¿Gabi?
Qué va. Nunca...
—¿Y
por qué dices eso? Si Paula es guapísima. Es normal que se haya fijado en ella.
Sergio
asintió. Paula era guapa, lo sabía.
—Ya
Miriam, pero no me refiero a eso.
—¿Cómo?
—Que
a Gabi no le van ese tipo de rollos. Un lío de una semana, y si dura. Con eso
ya tiene bastante.
—No
me lo creo—murmuró convencida.
Ya
se había dado cuenta desde el almuerzo el flirteo del moreno con su amiga.
Ahora, que otra cosa es que Paula se hubiese dado cuenta, que para esas cosas
le costaba demasiado…
—Pues
créetelo.
—¿Quieres
apostar? A lo mejor vuelves a perder.
—No
creo, en esta gano—aseguró, convencido.
Enseñó
los dientes a través de sus labios, alzando las cejas de manera chulesca. Sabía
que iba a vencer en la apuesta. Conocía a su amigo desde párvulos. ¿Le iba a
decir Miriam, a él, quién era su amigo de toda la vida?
—Vale,
lo que tú quieras. La puja subirá cada día cincuenta céntimos.
—¿Hasta
qué?—preguntó sacando la cartera.
—Hasta
que los veamos de la mano, proclamando su amor, u odiándose—contestó con
felicidad y ojos soñadores.
—De
verdad que eres una moñas.
—Ya,
ya. Pero yo ganaré.