lunes, 11 de enero de 2016

¿Te acuerdas de mí?

#1


Era el tercer día en Ámsterdam.
La excursión iba mejor que bien, y eso que pensaba que iba a ser un poco aburrida.
Podía sentir la humedad haciéndole el pelo un estropajo y el frío helarle los huesos. Decidió ponerse mejor un jersey gordo y dejar la sudadera para otro día.
¿Dónde estaba Miriam?
Hacía lo menos tres cuartos de hora que se había metido en el baño a arreglarse e iban a llegar tarde. Ya se habían levantado diez minutos después de lo debido y eso, para Paula, era todo un sacrilegio. La puntualidad era tan importante como lo era beber agua o comer todos los días. Su responsabilidad le seguía allá donde fuera. Ámsterdam o la misma Venecia.
—Miriam, ¡va que llegamos tarde!—tocó a la puerta.
Oyó tirar de una cadena y frunció los labios. Se apartó de la zona de salida y fue a coger su mochila. Repasó el contenido:
¿Paraguas? Sí.
¿Móvil? Sí.
¿Agua? Sí.
¿Pañuelos? Sí.
¿Ibuprofeno? Sí.
—Paula tía, que aún nos quedan veinte minutos para llegar. Qué exagerada eres—dijo Miriam saliendo del baño.
El pelo negro le caía como una cortina por los hombros mientras se ponía el abrigo. Sabía que las botas iban a ser un problema si llovía, que de normal era todos los días, y probablemente acabaría en el suelo.
Paula, en cambio, sabía que sus inseparables converse negras no le harían una mala pasada y caminó segura hasta el hall del hotel.
Vio a los chicos de su misma escuela hablar con el profesor unas calles más arriba. Se soplaron las manos para entrar en calor y anduvieron lo más rápido que pudieron. Cuando casi chocaron con un graciosillo de un curso más bajo que ellas, pararon.
Miriam miró el reloj y se lo enseñó a Paula. Aún les sobraban diez minutos.
¡JÁ!, le dijo con la mirada, mientras su amiga sonreía y movía sus rizos de un lado a otro. Puede que fuese un poco paranoica a la hora de llegar pronto, pero era una manía que le había pegado su madre.
—Bueno chicos, ¿estamos todos?—preguntó Paco contando a cada uno con los dedos.
La misma rutina que hacía todos los días.
Paula miró a su alrededor. Ya había sido mala suerte lo que le había pasado a Miriam y a ella. No había ninguna chica de su edad. Tampoco es que fuesen muchos, claro.
Dos chicos de segundo de bachillerato, a ver cuál de ellos más alto. Tres de primero de bachiller que tan solo hablaban entre ellos y seis de tercero de la ESO, tres chicas y tres chicos, que se creían los más graciosos.
Aun así, el viaje estaba saliendo bastante bien.
—Vale, haremos esto: tenemos que formar grupos de tres o cuatro personas. Recordad que esto es un viaje tanto turístico como educativo. Tendréis que recopilar cosas que os interesen. Hacer fotos, buscar información y demás.
La voz de Paco no tardó ser interrumpida por un chico de tercero, Miguel, mientras se codeaba con sus compañeros:
—¿Y si no nos gusta nada?
Los seis empezaron a reír a carcajada limpia. Miriam bufó y los miró reprobatoriamente, ¿por qué hacían siempre lo mismo? No hacían ninguna gracia.
—Pues entonces puedes quedarte en tu habitación todo el día Miguel, lo que tú prefieras.
 —¿Nos vas a dejar solos por una ciudad que no conocemos?—preguntó Alex, el cabecilla de primero de bachillerato.
—Tenéis un mapa, y sabéis inglés. No voy a ir todo el día detrás de vosotros. Es parte del viaje.
Paula se retorció los dedos bajo los bolsillos del abrigo. Mientras algunos pensaban si iban a perderse o no, ella no dejaba de pensar en que Miriam y ella iban a ser una molestia para quienquiera que se pusiese con ellas.
¿No se podían hacer grupos de dos?
A punto de preguntarlo, Paco se adelantó y exclamó:
—Bien, como veo que ya tenéis los grupos hechos, podéis ir haciendo camino. Os espero aquí dentro de tres horas.
Dio media vuelta y se adentró en una cafetería. No podía creerse la actitud de aquel profesor. Ya podían haber cogido a otro…
—¡Paula, va!
El grito de su amiga le hizo volverse. Charlaba con los dos chicos de segundo de bachillerato muy animada. Aún no sabía sus nombres, pero estaba claro que no tardaría en conocerlos.
—Hola—musitó avergonzada.
Odió ser tan vergonzosa. Intentó aparentar que el rojo de sus mejillas era por causa del frío y que en ningún momento se había sentido incómoda.
—Hola—le saludó el chico rubio.—Me llamo Sergio, y él es Gabriel.
Paula miró a Gabriel al unísono que él le miraba a ella. El chico sonrió divertido cuando vio la rojez en sus carillos. Se notaba que estaba pasando vergüenza y eso, por alguna razón, le gustó.
Era egoísta y estúpido, pero le gustaba que la tal Paula se pusiese así al mirarle a los ojos.
—Bueno, pues ya estamos todos—exclamó Miriam, ajena al comportamiento de aquellos dos.
Oteó a su amiga y sonrió, todos habían congeniado bien.
— ¿Por dónde empezamos?—preguntó Gabriel.

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