¿Te lo pasas bien?
Miró
el mensaje varias veces desde su posición. ¿Qué quería Gabriel? ¿Por qué no se
acercaba y hablaba con ella cómo dos personas normales? Ah, ya. ¡Era Gabriel!
No
contestó, pero sí le miró a los ojos. Se encontró con los suyos, desorbitados
al percatarse de la ignorancia de su amiga. ¿Lo había vuelto a hacer? ¿Le había
ignorado de nuevo?
Se
enfadó y siguió la conversación con Alejandra, una buena compañera de clase.
Paula,
quién llevaba toda la noche observando
aquella conversación, se cabreó. No quiso decir nada y habló con Manuel, que no paraba
de sacarles conversación a las dos chicas para que se sintieran cómodas.
-¿Qué
queréis estudiar?
-Ni
idea-bufó Paula.
Otra
cosa que martilleaba su cabeza. ¿Qué hacía el año que viene en bachiller?
-Yo
aún no lo sé, pero filosofía me llama la atención.
-¿En
serio?-preguntó el chico, admirando a Miriam.
Esa
asignatura la tenía atragantada en su curso. A parte, la profesora no ponía
mucho de su parte y les hacía la vida imposible a todos los estudiantes.
-Sí…
O algo de letras. Matemáticas se me da fatal-carcajeó, bebiendo de su
coca-cola.
Las
risas llamaron la atención de Sergio, que las miró con cariño acercándose a
ellas. Sin querer (o queriendo), terminó sentado en frente de una Paula
incómoda.
-¿Lo
pasáis bien?
Otra
vez la maldita preguntita, pensó Paula.
-Muy
bien. Manuel es el único que nos habla, pero bueno…
-¡Miriam!-le
reprendió la amiga.
Era
verdad que el chico era el único que les hablaba. Los demás con un solo “hola”
se habían apañado y las habían ignorado rápidamente. Entre los demás metía a
Gabriel, por supuesto. Pero tampoco era para decirlo a la ligera.
-¿Qué
pasa? Es la verdad.
Los
tres rieron, mientras la castaña se acababa el último bocado de su plato.
Estaba hinchada a más no poder y dudaba que bailara mucho esa noche.
Su
mirada, de nuevo, se dirigió a Gabriel. Parecía tan cómodo. Tan feliz. Dudaba
que le hubiese visto de esa manera en el viaje. De normal trataba bien a todo
el mundo y se reía con ellos, pero aquella noche era diferente. Diferente en el
mal sentido de la palabra, pues no podía evitar pensar que estaba así por la
tal Alejandra que no dejaba de tocarle el brazo distraídamente.
Comprendió
el mundo de Gabriel. El mundo de los mayores y en el que ella no estaba
invitada. Se dio cuenta de que las ilusiones siempre salían mal, y no dudó en
que Gabriel quería una mujer cómo ellas, no una niña cómo se sentía Paula en
esos momentos.
-¿Estás
bien?-le preguntó Sergio al verla un poco más blanca de lo normal.
-Sí,
sí. Tranquilo. ¿Vamos a tardar mucho en irnos?
-Supongo
que no. ¿Por qué?
-Por
nada. Voy al baño.
Se
levantó corriendo. No quería seguir allí. Necesitaba echarse agua en la cara y
despejarse para recordarse que esta noche debía pasarlo bien. No podía dejar
que Gabriel le fastidiase sólo por su actitud.
Lo
que pasa es que todo ocurrió muy rápido, y no se dio cuenta que al abrir la
puerta del baño, había dejado entrar a Gabriel.
Sus
miradas se encontraron en el espejo. Cuando éste puso el pestillo sólo provocó
que el corazón de la chica bamboleara mucho más rápido. ¿Por qué hacía eso?
-Esto
es un baño de mujeres. ¿Te has confundido?
-Más
quisieras tú que me confundiese.
Se
giró hacia él, mientras el moreno acercaba su cuerpo al de la chica. La tensión
se volvió a formar, pero esta vez mucho más densa. Por un momento le pareció
que las paredes del baño menguaban, y que el espacio se hacía cada vez más
pequeño. Dejando los cuerpos de los dos a una distancia reducida.
-¿Qué
quieres?
-Tengo
algo pendiente-murmuró, mirando sus labios.
-¿Ah,
sí?-exhaló la joven, percatándose de lo que se avecinaba.
Todo
empezó a girar y por un instante la idea de vomitar le pareció la adecuada.
Pero no pudo llevarlo a cabo mucho tiempo, pues las manos del chico acariciaron
su cintura, derribando todo tipo de pared entre los dos.
Se
acercaron más, poco a poco, chocando los cuerpos.
-Sí-dijo
casi en un susurro. Acarició el óvalo de la castaña con sus nudillos y se mojó
los labios, aproximándolos a los otros, rojos y abiertos.
No
obstante, el destino jugó de nuevo con ellos. Movió las fichas del tablero y
los dejó en una posición mucho más incómoda que la de hace unos días.
Miriam,
con su actitud dicharachera, tocó la puerta exclamando:
-¡Paula,
nos vamos ya! ¿Estás lista?
Al
instante, el hechizo se rompió y Gabriel no pudo evitar cabrearse.
-¡Joder!