miércoles, 23 de marzo de 2016

¿Te acuerdas de mí?

#9
Antes de que se hubiesen dado cuenta ya había pasado una semana. Se encontraban a punto de irse. Justo al día siguiente cogían un avión a primera hora.
Sergio, Miriam, Paula y Gabriel se habían hecho muy amigos. Los cuatro se volvieron inseparables desde la comida en el restaurante, y desde entonces a cualquier lugar que fuesen estaban juntos.
Por las noches se intercambiaban en las habitaciones. Estuvieron jugando y cambiándose secretos durante más de una semana, hasta que el día había llegado.
Hacían una fiesta en el salón del hotel.  Las chicas no trajeron muchas cosas de su ciudad natal para arreglarse, pero pudieron hacer algún que otro retoque. Tal vez no tan exagerados como otros, pero bueno, así ellas se encontraban a gusto.
Bajaron a cenar, y cuando menos esperaban, los dos chicos se acercaron a compartir el postre con ellas.
Gabi se sentó al lado de Paula.
-¿Vais a bailar mucho?-preguntó con guasa.
Por lo poco que las había conocido, se dio cuenta de que Miriam era muy divertida, y Paula también. Pero la última era tan tímida que no se atrevería a salir a bailar.
O eso pensaba él.
-¡Claro! Hay que disfrutar la última noche. ¿Verdad, Paulita?
La susodicha sonrió y asintió. Ella sabía que no iba a bailar mucho, pero no dudaría en intentarlo.

Observó las luces de la ciudad de Ámsterdam bajo sus pies. La cristalera del salón enseñaba toda la ciudad en pleno auge. Allí había vivido una de las mejores experiencias, y empezó a sentir cosas que jamás sintió. Y uno de los principales causantes era Gabriel.
El moreno, que bailaba en la pista, le saludó de vuelta, dando un giro bajo sus pies. Cómo si se hubiesen leído la mente.
Todo funcionó bien. La complicidad entre ellos se había afianzado. No faltaron las bromas, los gestos cariñosos (que a Paula consiguieron hartarle en ocasiones), las sonrisas y los sonrojos de ambos.
Nada había ido mal.
Los acordes de   It's Time del grupo Imagine Dragons empezaron a sonar.
Ella se balanceó sobre sus tobillos, aún sin atreverse a salir a la pista de baile y acompañar a los tres amigos. Aquello rebosaba de gente. Incluso Paco se había atrevido a bailar una canción al ritmo de Miriam.
Iba a echar de menos esto.
No sabía porque pero un sentimiento rumiaba su conciencia desde hace tiempo. ¿Todo cambiaría cuando llegasen a España?
No le dio tiempo a reaccionar, pues la mano de Gabriel había cogido la suya y la arrastró hasta el centro de la pista.
Procuró que no se le cayese nada de la bebida que se había pedido mientras él le hacía girar sobre ella misma para acercarla de nuevo. Reía y las mejillas se le tornaban rojizas. A causa del alcohol y otras cosas.
-I don’t ever want to let you down
I don’t ever want to leave this town
Cuz after all the city never sleeps at night 
 It’s time to begin isn’t it
I get a little bit
bigger but then
I’ll admit I’m just the same as I was
Now don’t you understand
That I’m never changing who I am
            Paula se carcajeó por el tono que usó. Cantaba de pena, pero la sonrisilla no se le quitó de la cara. Dejó a un lado la vergüenza y comenzó a balancearse al son de la canción, siguiéndole el ritmo a Gabriel.
            El corazón le latió desacompasado, él se acercaba más a ella y el alcohol hacía efecto en su sistema nervioso. Empezó a hiperventilar, y cuando tuvo el valor de mirarle a los ojos y dejar sus miedos apartados, cantó:
            - Now don’t you understand
            That I’m never changing who I am
            La canción terminó, y con ella el momento entre los dos. Se miraron durante un rato, sonriendo, y Gabriel decidió no reprimirse. La envolvió entre sus brazos mientras a Paula se le atascaba el aire en la garganta.
            -Cuando nos vayamos intenta no echarme mucho de menos.
            Rio y estrechó un poco más el abrazo.
            -Lo mismo digo.
            Después de eso, no les dio tiempo a intercambiar otra palabra. Wiggle sonaba y Miriam se había abalanzado sobre el cuerpo de ambos. Llevaba unas copas de más, pero aún así consiguió pronunciar lo que quería:
            -¡Paula, nuestra canción!
            Aquella noche la disfrutaron como nunca. Paula aguantó todo lo que pudo, hasta que los invitados empezaron con el limbo y decidió irse a dormir. Necesitaba descansar.
            Al meter la llave en la cerradura, una mano le impidió entrar.
            -¿Ya te vas a dormir, Paulita?
            Era Sergio, y por el tono que había empleado estaba un poco borracho. Ella sonrió y asintió, mientras le recomendaba que él también debería  ir a dormir.
            -Vale. Pero..., necesito hacer una cosa antes.
            -¿Ah sí?
            Él se movió unos centímetros más, rozándole con el aliento en la nariz. La chica se extrañó. Arrugó el ceño al oler el alcohol y levantó los ojos hacia él.
            -¿Qué haces, Sergio?
            Entonces, éste le besó.
             


martes, 15 de marzo de 2016

¿Te acuerdas de mí?

#8

Ella lo hizo, dejó de hablar para beberse el vaso de zumo y con él, acabarse el desayuno improvisado que se había preparado.
No quiso hurgar en la herida, eso Miriam no se lo merecía.
Al momento de pensar aquello, le dieron un susto de muerte. Gabriel posó su mano en el hombro de la chica y con un silbido entre dientes, ésta volteó sin saber quién era.
—¡Casi me matas!
—Es que eres una exagerada. ¿Nos vamos ya o qué?
Los cuatro asintieron, recogieron la mesa y salieron fuera del hotel de media pensión para encontrarse con todo el grupo de la clase.
Caminaron entre risas y jugueteos, mientras que las amigas se esquivaban la mirada. Posiblemente no duraría hasta media tarde aquel pequeño enfado, pero eso no le quitaba importancia al tema en cuestión. La castaña rumiaba su cabreo bajo sus gafas de pasta, haciendo que ninguno de sus dos nuevos amigos se diera cuenta.
—Bien, como tenemos preferencia entraremos pasando la cola. Haced el favor de no romper nada—exclamó Paco.
Todos asintieron y miraron a los de primero de bachiller que ayer pintarrajearon la habitación del hotel y ya va a cuenta de sus padres. Parecía que salían de un instituto de delincuentes.

Al llegar a la entrada, y pasar con el ticket, lo primero que vieron fue la estantería que ocultaba aquel refugio donde estuvo la familia Frank durante tanto tiempo. Avanzaron hacia arriba por las escaleras y comenzaron con la expedición del pequeño museo que tenían ante sus ojos.
No faltaron las fotografías en millones de sitios y las riñas de Paco por qué no tocaran nada.
—Ven, hazte una foto conmigo—le dijo Gabriel llamando la atención de Paula, que vagó por la habitación buscando un sitio donde ponerse.
—¿Dónde?
—Qué más da. Lo importante es la foto—contestó impaciente.
Un revoltijo de pigmentos rojos se acumuló en las mejillas de la chica. No quería ser obvia, pero es que no podía evitarlo.
El joven le rodeó los hombros con su brazo y, sacando el móvil del bolsillo, puso la cámara delantera. Ambos sonrieron a la cámara, cada uno por diferentes motivos, pese a que eran bastante parecidos.
—Bueno, salimos bien, ¿no?
Ella asintió mirándole a él, en vez de al móvil. Retiró la vista un momento y se obligó a recomponerse. ¿Qué le pasaba? ¿Era boba o qué?
Salieron de la casa al cabo de un rato, y todos miraron el reloj para ver si les quedaba tiempo de hacer algo a ellos solos antes de ir a comer. Y sí. Aún les quedaba una hora entera.

Sergio propuso ir a comprar algunos regalos para los familiares. Llevaban allí cuatro días y aún ninguno de los cuatro había escogido unos buenos souvenirs para los de casa. Pararon en una pequeña tienda. Estaba abarrotada de gente y eso a Miriam le encantó. Sacó la cartera y se hizo la dueña de todos los imanes que le hacían gracia.
Paula cogió una taza, una camiseta donde ponía I LOVE AMSTERDAM para su prima pequeña, llaveros e imanes, y cuando pagaba en la caja, miró la rosa de papel color rojizo que estaba tras el cajero, tenía Ámsterdam grabado en el tallo de color dorado. Pensó en su hermana mayor. Le iba a encantar.
—¿Y esa rosa? ¿Algún admirador?—preguntó Sergio con burla. Se puso tras suya con sus sudaderas y una taza el doble de grande que la de Paula.
—Es para mi hermana Rebeca—contestó riéndose.
—¿Para quién?—preguntó el otro chico, colándose en la cola.
—¡Tío!—se quejó el rubio.
—Para mi hermana—rodó los ojos.
Salió del establecimiento para encontrarse con Miriam apoyada en un banco. Llevaba las gafas de Sol, aunque estaba nublado, pero decía que le daba un toque de lo más chic a su conjunto de hoy. Sonrió cuando se acordó de como se lo había dicho antes de tener la peleílla. Se aproximó hacia ella, sacando un pañuelo blanco del bolsillo.
—¿Qué haces?—le preguntó la otra.
—Una ofrenda de paz—rió por la tontería.
La pelinegra sonrió y cuando Paula le abrazó, no tardó en corresponderle. Estaba de lo más cansada con las peleas por culpa de Miquel. Su amiga decidió callarse, como había hecho en la cafetería. ¿Qué iba a ganar de todas formas diciéndole las verdades sobre su novio?
Nada.
Miriam era una cabeza cuadrada.
—¿Cuánto nos queda de tiempo?—les sobresaltó el moreno saliendo del pequeño establecimiento.
—Media hora, más o menos—contestó la castaña, sonriéndole.

Aquello no pasó desapercibido para Miriam, que tal solo les miraba tras sus gafas. Esperó a Sergio, quien salió lleno de bolsas de la tienda y con las mejillas arreboladas por el frío, animó a sus amigos a ir al bar para comer.

—¿Llevas bastante dinero rubito, o te lo has gastado todo comprando?—le preguntó la morena mientras los cuatro se sentaban en una mesa.
Los otros tres le miraron sin entender. ¿Qué quería ahora?
—¿Y a ti que más te da?—respondió divertido, guiñándole un ojo.
—Lo digo, porqué eres tú quién me va a pagar el rijsttafel  qué tiene tan buena pinta y que su precio parece prohibitivo.
Ahora, quién le cucó un ojo provocándolo tras la carta fue la morena. Sergio palideció. No se acordaba de la apuesta de la noche anterior. Paula miró a Gabriel levantando una ceja y éste se rió por lo bajo, ojeando la incredulidad de su amigo de siempre.
—Bueno, pero eso era tontería. Habíamos bebido.  ¿No me tomaste en serio, verdad Miriam?—disimuló carraspeando.
—Claro que lo hice. Y Gabriel también. ¿Verdad?
—Por supuesto—asintió mirando la carta.
—Venga ya tío. ¡Apóyame!
—¿Qué?—se carcajeó Gabriel.
Miriam sonrió de manera triunfante mientras Paula hacia cuentas del dinero que había cogido aquella mañana. Ella también tenía que pagarle la comida, y por las muecas de diversión que hacía el joven, no tenía pinta de pedirse algo barato.

miércoles, 2 de marzo de 2016

¿Te acuerdas de mí?

#7

Madre mía.
Madre mía.
Y madre mía.
¿Cómo se quitaba esas ojeras de zombi?
Sabía que acostarse a las cuatro de la mañana y levantarse a las siete tenía unas consecuencias que una debía cargar, pero aquello se le había ido de las manos. ¿A caso era la novia de Frankenstein y no se había enterado?
Quiso pedirle ayuda a Miriam y que le pusiese anti ojeras tanto como quisiese, pero su querida amiga ya había bajado a desayunar y, según ella: coger sitio para las dos. Según Paula, que tenía un hambre insaciable.
Decidió ponerse un poco de base y colorete, y, al hacerlo, casi sin querer se imaginó a Gabriel susurrarle que no se pusiese mucho, o que parecería una puerta.
Sonrió como una chiquilla, pero negó con la cabeza rápidamente.
No te imagines cosas que no son, Paulita. 
No quería hacerlo, claro que no, pero había sido tan fácil la conversación que tuvieron anoche, que todo le parecía sencillo con Gabriel. Al salir del casino se habían juntado con sus amigos y los cuatro habían hablado durante el camino. Ellos dos, cada uno en una punta del grupo, comentaban junto con la otra pareja, pero ni tan siquiera habían vuelto a mirarse.
Paula no sabía por qué pero le daba vergüenza mirarle después de estar toda una noche hablando. Una completa estupidez, cierto. Pero solo ella entendía sus razones.
Cogió el abrigo, los guantes y un gorrillo de lana que se había comprado el primer día. Hoy hacía más frío de lo normal y ella no tenía el cuerpo para mucho meneo. Tenía un sueño terrible.
Avanzó hasta los ascensores y cuando salió de uno de ellos se encontró con más de cien  personas comiendo, hablando…
Intentó divisar a su mejor amiga, y la encontró justo cuando se metía un trozo de plumcake en la boca. Cogió una magdalena, un zumo y un vaso de leche. Caminó hacia Miriam y se sentó en frente suya.
—Hola—le dijo ésta con la boca llena.
—¿Cuánto has comido?
Observó los envoltorios de un montón de cosas esparcidas por la mesa, una botella de agua y un batido de chocolate.
—Mucho. Este horario guiri me mata. ¿Cómo pueden cenar tan pronto y aguantar hasta el día siguiente? Me he levantado pensando en comida.
Paula soltó una risotada y se bebió el vaso de leche de un trago. Ella también tenía hambre.
—¿Hoy adónde vamos?
—Hemos estado hablando con Paco, y después de insistirle ha decidido gastar las entradas de Anna Frank. Vamos todo el grupo.
—¿Hemos?
—Sí. Sergio y yo. Se acaba de ir al baño pero hace nada estaba desayunando conmigo.
La castaña sonrió, se recolocó las gafas en el puente de la nariz y empezó a comerse la magdalena.
—Así que Sergio y tú, eh.
Miriam se atragantó con el plumcake. Tosió hasta que se le pusieron los ojos rojos y bebió del agua que su compañera le ofrecía. No podía creer lo que le había dicho Paula.
—¿Qué insinúas, tía? Qué yo estoy con Miquel.
Paula frunció los labios y siguió comiéndose la magdalena. No le gustaba Miquel para su mejor amiga. ¿A quién le podía gustar un chico de veintidós años que, según él, amaba a Miriam con locura, teniendo tan solo dieciséis?
A parte, de ser un adicto a la marihuana. Paula intentaba enseñarle a su amiga la parte mala de él, pero la otra estaba tan ciega que tenía la venda bien apretada contra sus ojos.
—Sergio es el doble de guapo.
Y lo era.
Y tanto que lo era.
Y Miriam lo sabía de buenas, pero seguía viendo a Miquel con el mismo cariño que la primera vez.
—Bueno, ¿y qué? ¿A caso todo es la edad, la altura y la belleza?—respondió a la defensiva. Siempre que tocaban el tema le salía su vena protectora.
—No, Miriam, no. Tan solo te lo estaba comentado. Ya sabes que Miquel no es santo de mi devoción.
—Ya claro, ni Juanjo, ni Tomás… Ninguno de todos.
—Es que siempre te buscas algo que no va contigo—intentó calmar las aguas.
—Los polos opuestos se atraen.
—No. Los polos opuestos acaban destrozándose Miriam.
La morena se retiró el flequillo de la cara, miró a su amiga con ojos vidriosos y queriendo dejar la conversación estar, murmuró:
—No nos enfademos en Ámsterdam, Paulita.