+1000 lecturas, ¡muchas gracias!
#11
Habían
pasado dos días. Dos días desde que los cuatro amigos se despidieron en el
aeropuerto. Dos días muy intensos para unos. Sobre todo, para Paula, que no
sabía cómo volver a mirar a Sergio a los
ojos. Ni a Gabi, que llevaba hablándole desde la noche de la llegada a España.
-¿Has llegado bien?
-Sí,
¿y tú?
-Bien, con un poco de
nostalgia ¿No echas de menos Ámsterdam?
-Demasiado,
ojalá estuviésemos allí.
-Sí, ojalá.
Ojalá,
cómo bien decían ellos. Porqué se echaban de menos, y mucho. A Paula se le
retorcía el estómago cada vez que su móvil vibraba con un nuevo mensaje de
Gabriel, y Sergio se desesperaba al verla en línea y no saber que decirle.
¿Qué
hacía con sus sentimientos?
No
podía simplemente dejarlos pasar, porqué ya los había sacado a relucir, y
guardarlos era peor que cualquier cosa. ¿Y con Gabriel? ¿Se lo contaba?
Tal
vez se enfadase con él…, pero no sabía qué hacer. ¿Estaba actuando mal?
El
Lunes, cuando todo volvió a la normalidad, Miriam recibió a Paula con una
sonrisa en el patio de su casa.
-¿Qué
tal lo llevas?
-¡Fatal!
¿Por qué no nos hemos quedado allí?
La
morena se carcajeó, echó su pelo largo hacia un lado y continuó con la caminata
hacia el instituto.
-Pues
porqué teníamos que volver, Paulita… Aunque, tú no echas de menos Ámsterdam,
sino, más bien, Gabriel, ¿verdad?
-¡No!-exclamó,
demasiado alto. Rebajó el tono de voz y la miró con reproche-:yo quiero volver
a Ámsterdam por la ciudad, y por lo bien que nos lo pasamos…
-¡Venga
Paula, no me cuentes historias! Qué te conozco.
-Bueno, ¡vale!
Estuvieron
hablando durante un rato, y al llegar al instituto, sus amigas de toda la vida
le recibieron con un fuerte abrazo.
-¿Qué
tal?
Las
acribillaron a preguntas, y antes de que se hubiesen dado cuenta, el timbre sonó,
acabando con la amena charla.
Los
pasillos les parecían angustiosos, feos, aburridos. Deseaban volver de
vacaciones, pero, ¿quién no? Estaba claro que necesitaban al menos una semana
para coger de nuevo la rutina, y después de eso, ya no echarían tanto en falta
los días de fiesta.
Para
los dos chicos fue exactamente igual.
Bueno,
no tanto.
Gabriel
notó la tirantez de Sergio cuando hablaba con él, no obstante, no le prestó
demasiada atención. Se sentó junto sus colegas en clase y bromeó sobre el
viaje, contando algunas anécdotas.
Cuando
el timbre sonó por segunda vez, las jóvenes se dirigieron a su sitio habitual,
debajo del árbol principal, y el grupo de segundo de bachiller se sentó justo
en el banco de en frente.
Paula
no se había dado cuenta, ni Miriam tampoco, pero cuando recibió un mensaje de
Gabriel las mejillas se le volvieron de un rojo intenso, y la vergüenza hizo
mella en cada poro de su piel. Sin querer, se puso nerviosa. Las piernas parecían
pura gelatina, y sentía que si se levantaba del sitio, caería para atrás. Aquel
efecto era nuevo para ella, pero le gustó demasiado.
¿No vas a venir a
saludarme?
No
le hizo falta levantar la cabeza para saber que estaba delante suyo. Oía las
carcajadas de Sergio desde su sitio, y de alguna manera, aquello le hizo
sentirse culpable. Aun así, dejando a un lado esos pensamientos, escribió:
-¿Y
por qué no vienes tú?
A lo mejor tus amigas
se enamoran de mí
Eso
no le hizo ninguna gracia. Tanto fue
así, que frunció el ceño y guardó el móvil en la mochila, de nuevo. A lo mejor le contestaba luego, o no.
A Gabriel
no le agradó ese gesto, por lo que se levantó, y dispuesto a dejar claro que a él
no le ignoraba nadie, caminó hacia ellas.
-¡Hola,
Miriam!
-¡Hola!
Se
dieron dos besos y ella no se levantó del sitio. Si pensaba que iba a afectarle
de alguna manera… ¡Le afectaba muchísimo!
-Ah,
hola, Paula.
Casi
se echó a reír por la cara de mala leche que puso la susodicha. Acercó su
cuerpo al de él y dándole dos besos por educación, contestó con demasiada
frialdad:
-Hola.
Miriam
no daba crédito a lo que sus ojos veían. ¿A qué venía ese comportamiento
amargo?
Ellos
tampoco lo sabían, y cuando llegaron a casa, y se dieron cuenta de lo mal que
habían actuado, ninguno supo cómo arreglarlo. El chico lo quiso decir cómo una
broma, y ella se lo tomó demasiado a pecho. Tal vez el WhatsApp sí que daba problemas,
porqué en Ámsterdam se hubiesen reído por la tontería.
Lo
que no sabían, era que los problemas acababan de empezar.