lunes, 18 de enero de 2016

¿Te acuerdas de mí?

#2



Movió la cabeza mirando a Sergio y este alzó los hombros. Se notaba que ninguno de los cuatro quería hacer algo. ¿Por qué Paco siempre se encargaba de estropear los viajes de instituto?
—Podríamos ir a la casa de Anna Frank—propuso la castaña mirando el mapa en sus manos.
—¡Ala Paula! Vamos a hacer una cola larguísima—se interpuso Miriam empezando andar hacia quien sabe dónde.
—¿Y si vamos a Vondelpark?
Todos miraron a Sergio. Aquella no era una mala idea, no harían cola y lo tenían bastante cerca. A lo mejor tardaban quince minutos andando.
—Por mí bien—asintió el moreno. Se acomodó la mochila bajo los anchos hombros y caminó tras su amigo.
Paula decidió quedarse detrás y seguirles. Estaba inquieta, mordía su labio inferior mientras miraba los ladrillos de la calle.
¿Por qué nunca había sido extrovertida?
Le hubiese gustado bromear con el par de chicos como lo hacía Miriam, sin embargo, allí estaba, sumida en sus pensamientos. Tal vez era el momento de dar un paso más allá.
Tenía dieciséis años y su lista de amigos se resumía a cinco personas. ¿Era la única que se sentía así? ¿O tal vez era un bicho raro?
A lo mejor, aun no era el momento de dar el paso. Miró hacia delante, y observó quien cubría toda su visión.
Gabriel caminaba grácil y con estilo. Nunca había visto a ese chico, tampoco llamaba mucho la atención. Era normal, como ella. Podía considerarse del montón, dicho de una manera ordinaria, aunque Paula prefería llamarle corriente.
Sergio llamaba mucho más la atención. Era más alto que él, aunque no tanto, y rubio con ojos azules. ¿Qué chica no babeaba por uno así?
—Ya estamos—dijo el susodicho, despertando a Paula de su ensoñación.
El jardín era mucho más bonito en persona que en fotos. Recordaba a ella y a su madre mirarlas embobadas en el ordenador mientras comían palomitas. Se adentraron, y después de una hora haciendo fotos y preguntando a gente, decidieron sentarse en una parte del césped que no estaba húmedo.
—Qué hambre tengo—murmuró Miriam rebuscando en su mochila. De ella sacó un zumo y unas galletas Oreo que se había comprado el día anterior.
Gabriel se sentó delante de Paula aposta.
Había estado ojeándola durante todo el rato. Las cejas juntas cuando se quedaba sin hablar unos instantes, el fruncimiento de nariz al colocarse bien las gafas y los rizos cayéndole por la espalda de manera natural hasta que se lo había cogido en un moño maltrecho.
¿Qué tenía que le hacía querer mirarla durante un largo tiempo?
—Se me ha olvidado el almuerzo en el hotel—gruñó ella indiferente a los pensamientos del joven.
Pensaba que se había preparado bien la mochila y había olvidado algo imprescindible.
—Toma anda, cómete la mitad.
Paula agradeció las galletas de Miriam con una sonrisilla, pero Gabriel se las quitó de la mano y se las volvió a la dueña.
—Tengo dos bocadillos. No me importa compartir uno contigo.
Aquello dejó a todos sorprendidos, incluso a él mismo. Siempre se preparaba dos bocadillos para almorzar y el hecho de querer compartirlo con Paula le resultó agradable.
—Gracias, supongo—balbuceó la chica.
Cogió el bocadillo e hizo trizas el papel de plata. Podía oler el chorizo desde su sitio.
Sergio miró a Miriam y ésta a él. ¿Qué acababa de pasar?
—Gabi tío, cada día me sorprendes más—le dijo Sergio al oído.
A él no le molestó el comentario, ni siquiera prestó atención.

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