Movió
la cabeza mirando a Sergio y este alzó los hombros. Se notaba que ninguno de
los cuatro quería hacer algo. ¿Por qué Paco siempre se encargaba de estropear
los viajes de instituto?
—Podríamos
ir a la casa de Anna Frank—propuso la castaña mirando el mapa en sus manos.
—¡Ala
Paula! Vamos a hacer una cola larguísima—se interpuso Miriam empezando andar
hacia quien sabe dónde.
—¿Y
si vamos a Vondelpark?
Todos
miraron a Sergio. Aquella no era una mala idea, no harían cola y lo tenían
bastante cerca. A lo mejor tardaban quince minutos andando.
—Por
mí bien—asintió el moreno. Se acomodó la mochila bajo los anchos hombros y
caminó tras su amigo.
Paula
decidió quedarse detrás y seguirles. Estaba inquieta, mordía su labio inferior
mientras miraba los ladrillos de la calle.
¿Por
qué nunca había sido extrovertida?
Le
hubiese gustado bromear con el par de chicos como lo hacía Miriam, sin embargo,
allí estaba, sumida en sus pensamientos. Tal vez era el momento de dar un paso
más allá.
Tenía
dieciséis años y su lista de amigos se resumía a cinco personas. ¿Era la única
que se sentía así? ¿O tal vez era un bicho raro?
A
lo mejor, aun no era el momento de dar el paso. Miró hacia delante, y observó
quien cubría toda su visión.
Gabriel
caminaba grácil y con estilo. Nunca había visto a ese chico, tampoco llamaba
mucho la atención. Era normal, como ella. Podía considerarse del montón, dicho
de una manera ordinaria, aunque Paula prefería llamarle corriente.
Sergio
llamaba mucho más la atención. Era más alto que él, aunque no tanto, y rubio
con ojos azules. ¿Qué chica no babeaba por uno así?
—Ya
estamos—dijo el susodicho, despertando a Paula de su ensoñación.
El
jardín era mucho más bonito en persona que en fotos. Recordaba a ella y a su
madre mirarlas embobadas en el ordenador mientras comían palomitas. Se
adentraron, y después de una hora haciendo fotos y preguntando a gente,
decidieron sentarse en una parte del césped que no estaba húmedo.
—Qué
hambre tengo—murmuró Miriam rebuscando en su mochila. De ella sacó un zumo y
unas galletas Oreo que se había comprado el día anterior.
Gabriel
se sentó delante de Paula aposta.
Había
estado ojeándola durante todo el rato. Las cejas juntas cuando se quedaba sin
hablar unos instantes, el fruncimiento de nariz al colocarse bien las gafas y
los rizos cayéndole por la espalda de manera natural hasta que se lo había
cogido en un moño maltrecho.
¿Qué
tenía que le hacía querer mirarla durante un largo tiempo?
—Se
me ha olvidado el almuerzo en el hotel—gruñó ella indiferente a los
pensamientos del joven.
Pensaba
que se había preparado bien la mochila y había olvidado algo imprescindible.
—Toma
anda, cómete la mitad.
Paula
agradeció las galletas de Miriam con una sonrisilla, pero Gabriel se las quitó
de la mano y se las volvió a la dueña.
—Tengo
dos bocadillos. No me importa compartir uno contigo.
Aquello
dejó a todos sorprendidos, incluso a él mismo. Siempre se preparaba dos
bocadillos para almorzar y el hecho de querer compartirlo con Paula le resultó
agradable.
—Gracias,
supongo—balbuceó la chica.
Cogió
el bocadillo e hizo trizas el papel de plata. Podía oler el chorizo desde su
sitio.
Sergio
miró a Miriam y ésta a él. ¿Qué acababa de pasar?
—Gabi
tío, cada día me sorprendes más—le dijo Sergio al oído.
A
él no le molestó el comentario, ni siquiera prestó atención.
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