#17
El
ruido de los tacones era lo único que se escuchaba en la noche. Sí que es verdad
que esa había sido la peor idea que podría haber tenido en años, pues no era
fan de ir sola por la calle a las tantas de la madrugada. Sin embargo, no
soportaba el jolgorio que había en la discoteca, cuando lo único que quería era
estar en casa sin ver a nadie. No comprendía porqué había dado ese giro rotundo
la noche. De estar bien, bailando, a que el alma se le cayera a los pies.
Tal
vez el simple hecho de ver a Gabriel enrollándose con esa tal Alejandra le
había carcomido la cabeza. Sí. Tal vez era eso.
No
obstante, ya no tenía miedo de admitir lo que pensaba desde hace tiempo. Le
gustaba Gabriel. No podía decir algo en concreto, pues era él, en conjunto. La
manera de mover las facciones al reír, como le brillaban los ojos al hablar o
simplemente la mirada perdida que ponía cuando estaba pensativo.
Eso
era un avance, se convenció a sí misma, una y otra vez. Pero, la verdad es que
la realidad le había vuelto a golpear en la cara. ¿Qué quería él? ¿Y ella?
Después
de esa noche sabía que no todo iba a ser igual, y que seguramente haberse ido
de la discoteca sin avisar a nadie le iba a pasar factura cuando se enterasen
sus amigos. Pero le daba igual. Por un momento, le apetecía volverse una
egoísta y ponerse a ella misma delante de todos.
Sentía
una presión en el pecho, como cuando piensas que tu mejor amigo no te va a
decepcionar nunca, y después es el que más daño te hace. No sabía si aquella
herida era reparable, pues no tenía casi experiencia en esto del amor. Por
ello, cuando los ojos se le llenaron de lágrimas, se maldijo a ella misma. No
debía llorar.
Caminó
deprisa por la calle, mientras se dirigía a una parada del autobús. Ni siquiera
sabía qué hacía. Si llamaba a sus padres, estaba segura que irían a por ella,
pero no quería despertarlos y preocuparles. El problema era que no tenía otra
opción.
Mientras
buscaba en la agenda de contactos, un golpe en el brazo le sorprendió. Le
cogieron fuertemente y la acercaron hacia un pecho duro. Al instante, dio un
chillido.
-¡No
grites Paula!
La
voz de Gabriel consiguió tranquilizarle. ¡Dios mío!
-¿Y
por qué me asustas?-preguntó, aún sin despegarse del abrazo.
El
chico remoloneó, la apretó un poco más y después se separó, para mirarla a los
ojos. Aquellos que esa noche no estaban cubiertos por las gafas de pasta, si no
que brillaban con dulzura.
-Me
has asustado tú cuando no te he visto en la discoteca, y más luego cuando he salido
y no te encontraba por ningún sitio-le reprendió, y era verdad.
Cada
paso que daba por la gran calle, y no la veía, se asustaba. Por la noche podían
pasar muchas cosas.
-Lo
siento, no me encontraba bien.
-¿Y
por qué no nos has avisado? Así alguien hubiera ido contigo. A lo mejor si me
lo hubieras pedido…
Pero
le interrumpió:
-No
te he visto muy preocupado de mí esta noche. Además, estabas ocupado.
Se
mordió la lengua al instante. Si es que no podía callarse ni queriendo…
-¿Estás
celosa, Paulita?-dijo, con una socarrona sonrisa.
Se
acercó un poco más al cuerpo de la chica, y esta retrocedió, golpeándose la
espalda con la pared de plástico.
-¿Qué
dices? ¡Pues no!
-Pues
yo creo que sí.
La
joven rodó los ojos.
En
verdad sí que estaba celosa. ¡Cómo para no estarlo! Se le había revuelto el
estómago nada más ver la escena, y la idea de vomitar en el baño le había
parecido muy adecuada.
En
cambio, el moreno se fijó en las facciones de la chica. Tan distintas a las de
Alejandra que conseguían confundirle. No sabía por qué razón había besado a
Alejandra. Tal vez tenía mucho acumulado, pues a quién de verdad quería besar
estaba delante de él. La chica se acercó en la discoteca, y fue la primera en
lanzarse. Y él, sin inmutarse, le siguió el juego.
Aunque
en esos momentos no estaba orgulloso.
-Cree
lo que quieras.
Se
quedaron en silencio, mirándose. La noche no estaba yendo como todos esperaban
y ninguno sabía cómo iba a acabar.
-¿Quieres
irte a casa de verdad o prefieres dar una vuelta?
Paula
sonrió cuando Gabriel formuló aquella pregunta. Seguía confundida por el beso
que le había dado Alejandra, pero no podía reclamarle nada. No eran pareja, ni
estaban tonteando siquiera. Pero, por una parte, al preguntar aquello, le dio a
pensar que quería pasar tiempo con ella.
-Vale-musitó,
con las mejillas sonrosadas.
Agradeció
al cielo que estuviera oscuro, pues si no el chico ya se habría burlado de
aquel rubor.
Caminaron
en silencio, de nuevo. Pero un silencio mucho más cómodo que los de antes. Uno
pacífico y lleno de palabras que ninguno sabía expresar. Puede que, en esa
noche, y después de los momentos que habían vivido, era el momento de expresar
lo que ambos sentían. ¿De que tenían miedo?
Se
sentaron en un banco, cerca del otro. Hacía frío, pero Paula no lo iba a
admitir, pues quería pasar aquel momento allí. Justo en ese punto. Se relamió
los labios, con la esperanza de que Gabriel diera el primer paso.
No
obstante, no lo dio.
-¿En
qué piensas?
Aquello
al chico le vino de improviso. No dejaba de pensar en ella, y le frustraba.
Sabía que Paula también sentía por él, y no entendía por qué no se lanzaba.
¿Cuántas señales necesitaba?
-En
ti.
Lo
musitó con sorna, pero con la verdad en los ojos. Y la joven lo vio claramente.
El corazón bombeó rápido en su pecho, como una locomotora, y decidió soltarse
ella también.
-Yo
también.
Él
sonrió, captando la mirada de su compañera. Quería besarla. Justo en ese momento.
Pero sabía que lo que había hecho esa noche estaba mal.
-No
quería besar a Alejandra.
Paula
no supo que decir. Se había olvidado completamente, y que se lo recordara, le
puso de mal humor.
-No
he visto que te haya forzado.
-Ya.
Pero no pensaba en ella.
¿Y en quién pensabas, en mí?,
dijo mentalmente, mordiéndose los labios.
No
sabía qué hacer. Ella también besó a Sergio en Ámsterdam. Sin embargo, el chico
le había tomado por sorpresa, y ni siquiera se acordaba. No era igual.
-Bueno,
ya lo has hecho.
El
silenció volvió a inundar el ambiente. Realmente, Paula no estaba enfadada con
él, sino con ella misma. A lo mejor, si hubiese expresado lo que sentía mucho
antes, no estarían en esa situación.
-A
veces hay que arriesgar para cambiar las cosas Paula.
La
indirecta le supo agria. Ella no había arriesgado. Había huido, y esas eran las
consecuencias. Por una vez, decidió quitarse el cinturón, y sacar la cabeza por
la ventana. Puede que, así, entendiese mejor la vida.
-No
sé cómo hacerlo.
Hablaban
entre líneas, pero entendiéndose a la perfección. Los dos estaban acobardados,
cuando no había nada de malo en abrir el corazón.
Entonces,
a Gabriel se le encendió el pecho. Se acercó más a ella, pasándole los dedos
por el pelo, y acariciando a cada paso que daba. Esta vez, nadie les iba a
interrumpir.
-Yo
puedo explicártelo.
Y
fue cuando la besó.
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